El sol se hace cautivo del viento suave de la tarde,
sus rayos van buscando prudentes la cima de los cerros,
su luz clara cede al café amarillo y a veces rojo del ocaso,
para finalmente quedar rendida a la oscuridad del anochecer.
Pero la luz se niega a morir.
Reaparece intacta al ritmo que la luna penetra el cielo,
acompañada por pequeños faroles relucientes,
Pequeños astros que adornan cada noche
y viajan fugaces llevando los deseos de algún alma que los vio pasar.
Por encima de los árboles se encajan las estrellas,
en la superficie del agua se refleja la luna,
y en el silencio de esta noche, sólo interrumpido por el canto de los grillos,
las almas nostálgicas rememoran el recuerdo grato de algún hermoso amor,
anhelando revivirlo, creando en la imaginación escenas románticas,
sueños de aquel amor que sólo se hacen posibles allí, en la imaginación.
Y la noche avanza,
y las horas fraccionadas en segundos, pasan,
como pasa la luna recorriendo todo el cielo para dejar de brillar,
para que la madrugada renazca, para que el amanecer despierte.
Y esa luna se ha reducido a una mancha blanca en un costado del cielo,
es un sello testimonial de que ha sido soberana antes de la aurora,
continuará viva durante el día y regresará al anochecer.
La frescura se siente en este amanecer.
El débil fulgor de los rayos del sol,
son exquisitos destellos que se refugian en la piel.
La luz del sol trae claridad,
dibujando nuevamente cada forma que se apuesta aquí abajo,
y el sonido se eleva por el ruido de un mundo en pie,
por la voz de cada ser que disfruta de un nuevo día.
Autor: Melan de la Cruz.
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